Cute Pink Kaoani
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viernes, 17 de agosto de 2012

La Llorona


Hace mucho tiempo cuando los Contrateños solían ser muy supersticiosos, temerosos de los fenómenos y la luz eléctrica alumbraba menos que una luciérnaga, el servicio sólo se prestaba de 6 a 9 p.m., si no llovía, porque si San Pedro abría sus cataratas, la lluvia desordenaba todo, incluso “La Llorona” se ponía de ruana el tranquilo discurrir de los vecinos.
José María Gómez, un buen hombre, P., salió de su casa una noche oscura a buscar un grillo, para utilizar las patas, que según la medicina natural, sanaría a su sobrino casi moribundo, debido a la retención de orina.
Sin lograr buen éxito en las calles y callejuelas, linterna en mano, se decide bajar a la quebrada La Renta, frente de la antes llamada Sala de Curación. En esa época, no existía cafetal sino un potrero cercado con alambre de púas a lo largo de la callejuela.
El señor se cuela por debajo de la cerca, sigue quebrada abajo en busca del bichito. De pronto, escucha el chillido penetrante del grillo, se agacha para localizarlo entre las piedras ribereñas, lo encuentra, cuando lo introduce en una cajita, oye un grito lastimero cerca de él. Voltea a mirar, con asombro ve sentada en una piedra grande, la dama que grita, con cabellera larga y abundante por delante de la cara, sobre la corriente.
Invadido de espantoso susto, corrió aterrado para llegar a la carretera. Dio tremendo salto y cruzó la cerca de cuatro cuerdas sin tocarla, a pesar que el terreno es pronunciadamente inclinado con referencia al riachuelo.
Pálido, llega a su casa. Entrega la cajita con el grillo y cuál sería la sorpresa al encontrar allí, no al bichito deseado, sino un crespo de La Llorona...
El día siguiente, la historia de La Llorona, en el lugar, fue el plato fuerte.
Algunos jovenzuelos traviesos, aprovechan la sicosis colectiva para acrecentar más el pánico aún. En las noches, reparten entre ellos los sitios estratégicos, con el objeto de atrapar a la gente asustadiza. En los puentes de Villa Esther, la Avenida Ospina Pérez, cuando la quebrada está crecida, en el tanque de agua de El Árbol, se meten con cautela. A punto de media noche, al dar el reloj las doce campanadas, empieza la pesadilla. Con grito fortísimo, quejumbroso, imitan el alarido de La Llorona, primero aquí, luego más allá, y arriba, para dar la impresión que el espanto recorre la quebrada... Así transcurre bastante tiempo. Cierta noche a los jóvenes imitantes les llega la huésped sin ser esperada ni presentida; cuál es su sorpresa al oír que como un eco su grito es respondido y ven una mujer mechuda de ojos centellantes acompañándolos.
La terrorífica aparición fue el precio y cura para sus picardías, que los convirtió en convencidos propagadores de la realidad del espanto.
Como la gente a todo le saca partido, las viejitas y viejitos murmuradores, cuando sabían de algún aborto provocado, mordían tierra y juraban, que La Llorona tenía la cara de fulana de tal. Verdad...? Mentira..? No lo podemos negar ni afirmar. Todavía de vez en cuando, se oye decir: anoche chilló La Llorona...!

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