Cute Pink Kaoani
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viernes, 17 de agosto de 2012

El Señoron

Relatan los antiguos Contrateños, con voz entrecortada, que a comienzo del Siglo XX, se expandieron los espantos más singulares y temerosos.
Uno de ellos, por burlón y diabólico, ocupa puesto inolvidable en el recuerdo casi nebuloso de la gente.
Viejitas y viejitos religiosos, asistentes a misa de 5 a.m., tenían el vicio de madrugar para ocupar puesto en el atrio del Templo, desde las doce de la noche en adelante, quizás aquejados de tenaz insomnio, o por el irresistible deseo de contar el diario chisme..
El amanecer, sorprendía la montonera de creyentes, sentados en catres y bancas.
El catre, para quienes no lo conocieron, era un asiento plegable, fabricado de madera tallada o torneada, fina pana o terciopelo y tachuelas doradas.
El dolor del prójimo, constituía el diario tema de charla de la audición sagrada y rutinaria...!
Cualquier madrugada, los creyentes que vienen por las seis entradas que dan acceso a la plaza, ven a un hombre altísimo en el atrio que con los puños repica las campanas, repique solamente percibido por ellos... El susto abunda, paraliza las extremidades inferiores, el pulso se acelera y repica con fuerza en la piel...!
Calmados después, con la creencia que se trata de algún chistoso en zancos para infundirles miedo y ahuyentarlos, resueltos, firmes, avanzan para llegar al sitio indicado. No obstante, su conclusión pronto se esfuma, cuando observan estupefactos y confusos, que el gigante se achica poco a poco para hundirse entre las rústicas piedras del atrio...! Desaparece!
El cuento se propagó por todas partes, pero el gigante no quiso aparecer, burlándose de los espías que en vano velaron con la esperanza de observarlo,
Los madrugadores, incrédulos aún, reanudaron la práctica mañanera que el burlón fantasma puso en cuarentena.
Varios años adelante, en 1932, nuevamente el fantasma juguetón, vuelve a ponerse de ruana el poblado. En efecto, en el mismo sitio, lo ven impecablemente trajeado: pañuelo vistoso anudado al cuello, pavita en la cabeza, enorme cigarrón que bota espirales olorosas al aire, artístico bastón que juguetea en sus manos... Recorre el atrio. Va y viene. El calzado de charol y tacón parlante, saca chispas, perturba el aldeano y el silencio de la noche
El pánico inunda a todos, desde quienes creen en brujas hasta los incrédulos.
El sacerdote, encara el asunto con el Comandante de la Policía Interna. Trazan un plan estratégico: preparan una docena de policías para que a las doce de la noche, por parejas, se tomen la plaza, cuando escuchen el silbato del comandante de la operación.
Con anticipación, el sacristán impone a la tropa, sus respectivos escapularios y los rocía con agua bendita...
Llegó la hora acordada. Se escuchó el pito y la tropa inició su trabajo. El Señorón quedó rodeado, pero sin inmutarse, desciende del atrio. De una zancada pasa por encima de los burlados captores y se para en el techo de la casa de dos pisos de propiedad de don Luis Domingo Serrano, hoy de Toño Flórez.
Los policías quedaron frustrados, porque al pretender usar un arma, el Señorón brincó al Cerro de la Cruz, para sepultarse en la cumbre, convertido en fino metal...!


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